El comercio lanar (de oveja y auquénido) convierte a Arequipa, hacia 1830, en el eje comercial del sur del país. Y, a partir de entonces, en la base del desarrollo económico del sur, con la mayoritaria presencia de capitales ingleses, que sientan las bases de la economía sureña con la exportación de materias primas. A esto se sumó el ferrocarril del sur, que cambiaron la faz de Arequipa a partir de la década de 1870.
Desde la Colonia Arequipa fue una ciudad con vocación para el comercio. Su principal actividad económica, durante ese periodo, aparte de la minería, fue la venta del aguardiente en la región del altiplano. Por aquella época también exportaba manufacturas de los artesanos locales hacia España. Situación que, a partir de la República, cambió como consecuencia del libre comercio, que produjo el desplazamiento de las manufacturas locales por telas importadas del mercado inglés. Esto golpeó fuertemente las economías locales que en los primeros años de vida republicana lucharon contra los productos importados y lograron de algunos gobiernos la implementación de aranceles prohibicionistas. Se produjo entonces un enfrentamiento en términos comerciales, entre los proteccionistas y los librecambistas.
Desde principios de la República, Arequipa logra articular lazos comerciales con el extranjero. El establecimiento de casas comerciales extranjeras en la ciudad es una prueba inequívoca de ese desarrollo hacia afuera. Sin embargo, no fue sino hasta la década de 1830 en que el comercio lanar convierte a Arequipa en el eje comercial del sur del país.
Cabe destacar que el desarrollo nacional en el siglo XIX no fue integral. Se caracterizó por mantener desarrollos aislados. El norte del país con el azúcar y el algodón, Lima con el guano y Arequipa con la lana. Al respecto sostiene Bonilla que el guano tuvo un escaso impacto comercial en Arequipa. El denominador común, sin embargo, de las economías regionales en el Perú fue el modelo primario exportador. Pero también a la naturaleza fluctuante del guano y las lanas que estuvieron sujetas a la oferta y demanda internacional.
Una expansión de la agricultura en Europa hizo que irrumpa en la economía nacional la demanda de fertilizantes naturales. Igual fenómeno ocurrió con las lanas. Sirvió de materia prima para la elaboración de manufacturas (textiles). Gran Bretaña en el siglo XVIII entró en un proceso acelerado de industrialización, que trajo consigo la búsqueda de nuevos mercados. Con la independencia, el paso más significativo de Hispanoamérica en materia comercial, fue la apertura hacia el comercio exterior (free trade, not monoly: libre comercio, no al monopolio). Fue así como Gran Bretaña introduce sus textiles en América del Sur. A la vez que capitales ingleses invierten en minería y otras actividades mercantiles. Como, por ejemplo, en Arequipa (en 1858), donde hubo dos grandes casas comerciales inglesas, una francesa y otra alemana, dedicadas a la importación de artículos suntuarios y a la exportación de lanas.
Según datos de Bonilla, el 90% del total de las exportaciones de lana fue exportado a Inglaterra y el resto a Hamburgo y los Estados Unidos.
Hasta entonces varios tipos de mercancías salían a través de los puertos de Islay y Arica. Sostiene Heraclio Bonilla que el puerto de Islay se convirtió a nivel nacional, el segundo en importancia, después del Callao, por lo menos hasta 1874 en que fue reemplazado por Mollendo. Solo que a diferencia de este último, la población de Islay languideció apenas dejó de ser un puerto comercial. En cambio Mollendo, con el ferrocarril del sur, creció sostenidamente después de 1874. Estableciéndose allí también casas comerciales de origen extranjero.
A través de Islay se exportó no solo lana (como afirma el historiador Alberto Flores – Galindo) sino también quinina, plata en lingotes, platería y oro en polvo amonedado.
El circuito comercial de la lana sirvió de nexo entre las economías precapitalistas del interior y el mercado internacional. Fue así que Arequipa, siguiendo el modelo primario – exportador, giró entorno a la lana (de oveja y de auquénidos), convirtiéndose en una ciudad de tránsito hacia el mercado europeo.
En palabras de Manuel Burga y Wilson Reátegui, “fue una especie de puerto mediterráneo, gran almacén, por donde pasaban las mercaderías, de subida o de bajada, y también donde quedaban los principales beneficios de estas actividades mercantiles”. Ambos autores afirman también que la oligarquía arequipeña se enriqueció a costa de las haciendas de la sierra, a las cuales compraron directamente lana de oveja (menos de auquénidos) sin la intervención de los llamados rescatistas.
Así Arequipa articuló un circuito comercial con el acopio de la lana. Que, según anota Flores – Galindo, fue de dos maneras: comprando directamente a las comunidades campesinos o recurriendo a las ferias como la de Vilque en Puno. Aquí jugó un papel importante la figura del rescatista. Este personaje a su vez dependía de las grandes casas comerciales extranjeras establecidas en Arequipa. Y era el encargado de comprar la lana en las ferias del altiplano.
Un dato que anota Flores – Galindo en su libro “Arequipa y el sur andino” es la proporción que la lana representó en el conjunto de las exportaciones peruanas. Según él, oscilaron entre el 2 y 10% del total de las exportaciones peruanas en el siglo XIX.
Sin duda, el comercio lanar hizo que Arequipa logre una situación privilegiada en el sur del país. Pero no fue hasta la construcción del ferrocarril del sur que la oligarquía arequipeña consolida realmente su hegemonía comercial. Siendo a partir de entonces la sede del desarrollo económico del sur, razón por la cual, el economista Emilio Romero consideró que Arequipa fue la “capital económica del sur” en aquel momento.
La economía regional se dinamizó mucho más, por cierto, con la construcción del ferrocarril del sur. La obra fue iniciativa del gobierno del general arequipeño Pedro Diez Canseco en 1868. Aunque el trazado y la construcción de la línea corresponde al gobierno del coronel José Balta.
El ferrocarril Arequipa – Mollendo, inaugurado en 1871, fue una verdadera revolución tecnológica en aquella época y facilitó el tráfico comercial entre la ciudad de Arequipa y el puerto de Mollendo, que a partir de entonces comenzó un inusual crecimiento.
Ya para entonces la acumulación de capital, producto del comercio de la lana, permitió reinvertir las utilidades en la agricultura de exportación. Flores – Galindo afirma que el paso del comercio a la agricultura fue el tránsito común de la oligarquía arequipeño. De ahí que algunos grupos familiares como López de Romaña y Lira inviertan en la agricultura de exportación.
El valle de Tambo fue quizá el más favorecido con el ferrocarril del sur. La familia Lira, por ejemplo, unió su hacienda con el ferrocarril a través de una línea férrea de su propiedad. Lo que le permitió sacar del valle el azúcar que allí se producía.
Este cambio también se advierte en el crecimiento de la ciudad. A principios de la década de 1870 se fundó el primer banco en Arequipa. Se produjo también un relativo cambio en las costumbres sociales de los arequipeños. La mayoría de comerciantes extranjeros casaron con arequipeñas de la aristocracia local, consolidando su patrimonio y relaciones familiares. Por otro lado, ese grupo de comerciantes fundaron el primer club social de la ciudad.
El testimonio de Juan Manuel López de Romaña muestra los cambios que vivió Arequipa en la década de 1870. En carta que dirige a su hijo Eduardo López de Romaña, futuro Presidente del Perú (1899 – 1903), que por entonces estudiaba en Inglaterra, le decía lo siguiente: “Cuando volváis no conoceréis vuestra anterior y tranquila Arequipa, en la que todo ha cambiado notablemente (…)”. Menciona además que al nuevo club pertenecen más de cincuenta ingleses, “todo el comercio de esa nación”, habiendo sido él elegido su presidente.
El comercio de lanas, el ferrocarril, el banco, el club y posteriormente la Cámara de Comercio, fundada en 1887, redefinieron el rol gravitante de Arequipa en la región sur del país. Y, por otro lado, como sostiene Flores – Galindo, consolidaron su vocación comercial proveniente de la época colonial.
Y aunque el comercio de la lana fue oscilante a lo largo del siglo XIX, representó para Arequipa el más importante recurso de exportación. La Guerra del Pacífico vino a desarticular los circuitos comerciales, hasta el periodo de la reconstrucción nacional, en que se produce un nuevo auge de la exportación lanera.
Burga y Reátegui sostienen que a fines del siglo XIX las lanas “desempeñaron un papel estructurador en el sur peruano”. Esto quiere decir que ya no había regiones económicamente independientes, la lana logró articular un solo eje comercial con Cusco y Puno. Y también con la producción fabril limeña. Ese fue el caso de la casa Ricketts entre los años 1895 y 1935.
A comienzos del siglo XX, surge en Arequipa una incipiente industria vinculada a la textilería y a la producción de bienes de consumo. Igualmente a fines del siglo XIX la fábrica textil “El Huayco” de la familia Forga, fue una de las primeras experiencias de industrialización en el país (otros casos fueron la fábrica textil Vitarte en Lima y Lucre en el Cusco).